jueves, 12 de febrero de 2009

EXTRAÑAR.


¿Qué es extrañar?


Aunque tenga tantos acentos afectivos y sirva de tema a tantas canciones, hay una palabra que realmente no es propia de cristianos: la nostalgia.
Entendemos aquí por «nostalgia» la añoranza de un bien que se tuvo y que se perdió irremediablemente, o que se quiso tener y nunca se tuvo. Es una especie de sentimiento a medias, una especie de deseo que no tuvo derecho a ser o que, aunque se reconoce como imposible, en el fondo no se deja de desear.
Se ve, pues, que la nostalgia ata el amor. Si el nostálgico dejara de añorar su imposible, podría concentrarse y tender con vigor hacia lo posible. O si dejara de considerarlo imposible, lucharía por realmente conseguirlo. Pero, puesto a medio camino, ni suelta ni se suelta. En la práctica, tal añoranza se petrifica en una fijación del corazón a una fantasía, a una irrealidad que no permite amar, valorar, agradecer y mejorar la realidad.
De todo ello es fácil concluir que la nostalgia —tal como la hemos descrito— no puede ser cristiana. Tal vez por ello abunda tanto en culturas y pensamientos de origen mítico-pagano, como la degradación de las almas en Platón o el íntimo lamento de los incas. Para nosotros los cristianos, lo realmente humano se funde con la vocación celeste que hemos heredado en Cristo, cuya plenitud está siempre en el futuro.
Sin embargo, hay en la nostalgia algo que no podemos dejar perder, algo a lo que apuntamos con el verbo «extrañar».
Porque hay personas sin nostalgia simplemente porque son personas sin pasado, esto es, porque prescinden de lo que han sido y no llegan a echar de menos el bien que ya no tienen. Este género de personas suelen ser víctimas de la publicidad: dóciles esclavos de la moda y de aquello que se acostumbra. Puesto que su norma es hoy, terminan pareciéndose al nostálgico en una cosa: en que tampoco tienen futuro.
Saber extrañar, pues, es tomar oportuna distancia del inventario presente. Es una forma de rebeldía constructiva que, a partir de la certeza en el poder y bien de Dios, sabe afirmarse en el vigor del ser.
Extrañar es declarar que el futuro no puede ser inferior al pasado. Es un ejercicio positivo de la memoria al servicio de la justicia, por el cual no se quiere dejar impune ninguna sangre, ni vacía ninguna esperanza, ni estéril ningún sueño. Extrañar, en su núcleo mismo, es no transarse por nada que sea menor al Reino de Dios y su justicia, y recibir las aproximaciones sólo como eso, como aproximaciones. Es tener inteligencia del tiempo.

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